El curso escolar ha empezado
movidito en Leganés (Madrid). Desde septiembre un Pleno municipal ha sido
suspendido y otro celebrado a puerta cerrada como consecuencia de las protestas
de las madres de las escuelas infantiles Jeromín y La Fortuna y el colegio
público Constitución 1812, afectados por importantes deficiencias y falta de
personal.
Podría decir las protestas de
padres y madres, e incluso tirar de lenguaje discriminador y decir padres,
alegando el excluyente argumento del masculino genérico. Pero en ambas opciones
estaría ninguneando que este movimiento ha estado protagonizado en todo momento
por mujeres, madres de las niñas y niños (ahora sí) de los coles y escuelas
infantiles afectados.
Pocas cosas hay en esta sociedad
tan individualizadas como la maternidad, la cual debe ser una experiencia
abnegada que debe vivirse en soledad, compartida con tu pareja si eres un poco
más moderna y con las/os abuelas/os en caso de
ser más apañada. La experiencia de estas madres rompe con el rol de vivir la
maternidad en el espacio privado para tomar la calle y los espacios de poder
público.
Las feministas hemos analizado, y
mucho, como las mujeres debíamos dejar de ser madres para acceder a un mercado
de trabajo cada vez más precarizado que se declara incompatible con los trabajo
de sostenimiento de la vida. Algo similar ha pasado con los espacios de lucha,
donde hemos participado en tanto en cuanto nos lo permitían nuestras “responsabilidades
familiares”.
Por eso esta lucha, tan sencilla
en principio, es tan importante en realidad. Porque han sido las mujeres las
que han llevado en todo momento la voz cantante, y porque lo han hecho sin
desprenderse de su etiqueta de madres sino gracias a ella. Porque las protestas
las han liderado un grupo de madres que no ha dejado de serlo para ir al
Ayuntamiento, sino que ha ocupado ese espacio junto con sus niñas/os, dejando
claro que no iban a dejar de ser madres para ser ciudadanas que reclaman unas
condiciones de vida dignas para ellas y para sus hijas/os.
No puedo evitar hacer el
paralelismo con otras movilizaciones en el mundo encabezadas por madres (Ver
“Por mis hijos monto una revolución” de Emma Gascó en Pikara Magazine). Por
supuesto que las diferencias son muchas y las problemáticas que se abordaban no
son comparables, pero todas tienen un elemento común: la maternidad como inicio
de una lucha. También comparten otros aspectos, como las estrategias del
patriarcado para ningunearlas o para ridiculizar su movilización. Tal y como
expresa el artículo de Gascó “al principio se las tacha de mamás chillonas o de
locas”. También en nuestra ciudad ha habido voces que no han dudado de tachar
esta protesta como un grupo de “madres histéricas”. El propio Alcalde ha
llegado a afirmar públicamente que las protestas estaban “incitadas” por grupos políticos de la oposición. Tengo mis serias dudas de que el Sr. Llorente
hubiese hecho esta afirmación si en lugar de tratarse de un grupo de madres se
hubiese tratado de movilizaciones de fornidos trabajadores del metal (por poner
un ejemplo de lucha obrera típicamente masculina).
La lucha de las madres por las
condiciones de vida dignas para sus hij@s nos sitúa a las feministas ante un
interesante debate, tal y como afirma Gascó, entre si “la madre como sujeto de
lucha representa una estrategia efectiva o un reflejo de esquemas
patriarcales”.
A las mujeres se nos presiona
constantemente ante la esquizofrénica tarea de sostener la vida, traer dinero a
casa y luchar por nuestros espacios de autonomía. La lucha de estas madres es
tan revolucionaria como defender que el sostenimiento de la vida debe ser el
centro y la comunidad (el Ayuntamiento en este caso) ha de organizarse en torno
a ello. Como feministas tenemos la obligación de seguir trabajando por
visualizar estas protestas y ponerlas en valor. Su lucha en nuestra lucha.
* Para la redacción de este
artículo agradezco la inspiración de Marga Sainz e Irin a Martínez que me han
aportado su experiencia de maternidad analizada desde las gafas moradas del
Feminismo.
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